Alfredo Erquizio Espinal
No soy Búho, no soy Aguilucho, vengo de lejos. Pero como si lo fuera, treinta años de mi vida han transcurrido por sus aulas. Los mejores años si. En cumplimiento de una vocación: la de maestro. Como dice el boxeador después de la pelea. “Todo se lo debo a mi manager”. Mis grados académicos, la casa en la que vivo, mis mejores amigos y buena parte de los recuerdos que atesoro, tuvieron un gestor y un escenario: la Universidad de Sonora.
Los memoriosos saben, tanto como los otros. Y no me puedo llamar testigo, porque los miembros de la comunidad universitaria, todos somos actores, del drama, de la tragedia, de la comedia, y claro de la vida que no tiene libreto.
Por eso imagino y adjetivo. Universidad sitiada que no me toco: 1967. Universidad enfrentada, el año en que llegue: 1979. Universidad esperanzada: 1983 y no se por cuanto años mas. Universidad disputada hacia finales de los ochenta y principios de los noventa; Universidad dividida, tomada, parada, institucionalizada, después.
En todos los casos, Universidad querida, como en la canción, claro la otra canción.
Los profesores universitarios vivimos por y para la universidad. Pasan los años y nos negamos a irnos, nos quedamos y solo nos despedimos al final. La mejor pedagogía es la de la anécdota, la del ejemplo y al respecto tengo uno y debe haber más: un profesor -de los nuestros- en sus últimos días, quizás el último, pidió recorrer el campus, para llevarse para siempre ese recuerdo. Todos lo haremos quizás, pero un día después.
Universidad enlutada cuando sus hijos nos dejan. Pero también y como cada año Universidad festejada, como hoy.